Las diferentes percepciones de AMERICAN BEAUTY según el espectador




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SPOILER ALERT 

Para bien o para mal, era muy niña cuando descubrí esta película.
Recuerdo perfectamente el contexto: mi padre, ante mi tendencia obsesiva de visionar todas las cintas VHS de la casa y preocupado por la posibilidad de que ciertos largometrajes "adultos" mancillaran mi imaginación infante, me prohibió verla. "No es una película para niñas", me dijo, "no vas a ser capaz de disfrutarla".
Evidentemente, metí la cinta en el video nada más salir él de nuestro apartamento.

La mirada de un niño

Yo debía tener alrededor de 13 años y, aunque me honra admitir que ya era bastante madura para mi edad, mi padre tenía razón: no era una película para mi. Hay numerosísimos aspectos de esta obra de Sam Mendes y Alan Ball que simplemente escapan a la comprensión de un niño.

American Beauty cuenta la historia de un hombre sexualmente frustrado y atrapado en sus responsabilidades familiares, un hombre en plena crisis existencial que se rebela ante la sociedad, su mujer, su hija y sí mismo. Poco más que decir... mi mente de 13 años no fue capaz de comprender toda esta complejidad.
A pesar de ello, me gustó mucho. Y es que hay aspectos de American beauty que son bastante universales. Estoy hablando del mensaje principal del largometraje, similar al de otras joyitas como "El club de los poetas muertos" o "La vida secreta de Walter Mitty": Tempus fugit, Carpe Diem... y si no queréis latín: la vida es corta pero también es preciosa, disfrútala.

Siempre fui una niña muy sensible, y este mensaje quedó grabado en mi mente de un modo bastante intenso. Al fin y al cabo, la existencia de belleza en el mundo puede ser comprendida a todas las edades. De hecho, creo que es incluso más fácil de captar cuando somos niños, cuando aún no nos afecta el cinismo que las responsabilidades y las inevitables malas experiencias de la vida adulta traen consigo. Mi hermano, al cual solía (y aún suelo) torturar obligándole a ver todas y cada una de mis películas favoritas, también quedó impresionado con la fuerza, las palabras y los discursos presentes en el film. Tenía 10 años cuando la vió por primera vez.

"Supongo que podría estar bastante cabreado por lo que me pasó, pero cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la contemplase toda a la vez, y me abruma, mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar. Pero recuerdo que debo relajarme, y no aferrarme demasiado a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia, y no siento otra cosa que gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida."


Algo que recordar, poco importa los años que tengas.

La mirada de un adolescente


Si hay una época de mi vida a la que no me gustaría volver, es la adolescencia. Un verdadero mejunje caótico de hormonas y confusión sexual. En el instituto, nos enfrentamos por primera vez a temas adultos como el amor romántico o la sexualidad, vivimos en un territorio inexplorado. La manera en la que decidimos tratar estos asuntos puede definir nuestra personalidad, nuestros principios y el modo en el que nos enfrentaremos al mundo en el futuro.
Los personajes de Jane (Thora Birch) y Angela (Mena Suvari) representan este periodo a la perfección, actuando como un espejo revelador para cualquier adolescente que vea el largometraje. De ellas se puede aprender sobre las variopintas consecuencias de las rebeldías impulsivas.

La mirada de un treintañero

Si algo me han enseñado los años, es que mi madre siempre tiene razón, y ésta me dijo un día: "Si te gusta American beauty, espera a verla cuando tengas 30, la vas a ver con otros ojos".
Y eso es exactamente lo que he hecho: esperar. Esperar a que mi vida fuese diferente, a que las responsabilidades adultas me dieran una soberana bofetada en la cara, a saber un poco más, a conocer el desamor, el desencanto, a sufrir y a reír unas cuantas veces. Cuando creces, mutas, te conviertes en una nueva versión de ti misma. Las experiencias que tienes te moldean y transforman tu modo de ver la vida, de ver a la gente que te rodea. Por eso tienes unos ojos diferentes, miras de otro modo.

Ver American Beauty desde estos ojos nuevos es una experiencia totalmente distinta. El mensaje sigue ahí, pero de pronto es más aplicable, más práctico. Te sientes identificado con algunos de los aspectos de la crisis de Lester Burnham, comprendes el peso de la incertitud ante la vida. Puede que aún no hayas sido testigo del desvanecimiento de un sueño, pues aún hay tiempo para realizarlo, pero tu empatía hacia los personajes es ya, significativa.

Además, ver American Beauty hoy tiene unas connotaciones importantes. Sí, estoy hablando del escándalo relacionado con Kevin Spacey (el efecto Weinstein) y sus abusos a menores. El personaje de la película pretende sobrepasar límites muy similares a aquellos ya sobrepasados en la vida real por el actor: Lester se siente atraído hacia Angela, la amiga menor de su hija. Y es que este film habla sobre las líneas que nunca hay que cruzar, sobre la diferencia entre rebelión y acoso, entre libertad y libertinaje.
Desde luego, ver de nuevo American Beauty a los 27 años ha sido algo completamente diferente, enriquecedor.

La mirada a partir de los 40 


Aún no es momento para el último experimento, pues no tengo la edad apropiada. Sin embargo, estoy segura que los 40 (y de los 40 en adelante) es la edad perfecta para re-descubrir tu vida y todo aquello que la rodea al estilo Lester Burnham, para tener una crisis sana y ponerte metas, cumplir sueños.

De momento toca esperar. 
Y vosotros, ¿os apuntáis a verla en unos añitos?






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