La otra chica del tren

A algunos adormece el vaivén de un tren. A ella no, a ella le resulta excitante. La maleta, a buen recaudo, a la vista pero sin estorbar. Los zapatos, bajo el asiento. Jugando, las pupilas intentan capturar todo cachito de paisaje, que cada segundo queda atrás pero no se mueve.
Desde hace un tiempo su trabajo le obliga a moverse. Pero ya no es tan joven, tiene que ir pensando en asentarse. Al menos eso dicta la lógica... lógica cansada, insistente.
El tren se adentra en Cantabria. Nostálgica, puede que algo llorosa, se apresura y observa con más ahínco. El rocío verdiblanco de los prados refleja la luz del cielo en el cristal del compartimento, cesando tan sólo cuando algún carnero o caballo interrumpe su trayectoria. Todavía hay nieve en alguno de los picos y las nubes prometen lluvia. Exhausta, se atreve por fin a cerrar los ojos. Lo ha absorbido todo y, ahora, sólo tendrá que recordar.


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